La historia de los
tres italianos cantando Despacito en el auto es graciosa de por sí,
ya que bien se sabe desde que salió la canción no para de sonar y
parodiarse por todos lados. Pero el hecho de que sean tres italianos
es más gracioso, puesto que la sonoridad del lenguaje, las expresiones
exageradas y la cascarrabies de disfrazar algo que nos gusta con un
enojo nos parece simpático y hasta casí que nos identifica. Bien lo
representa Peter Griffin en un capítulo de Family guy: un italiano
hablando, sea enojado o contento, es un constante Parapapupi.
Pero lo que el
grueso de la gente no sabe, es que el italiano, es realmente así y
si me permiten, tengo licencia para hablar: Crecí en una familia de
tanos, salvo Papá que nació aca y la parte de mi vieja Mendocina,
el resto eran todos tanos, miraras a dónde miraras, amigos, tios,
abuelos, nietos, vecinos...tanos everywhere. Ese simple video me hace
cerrar los ojos y volver al pasado. Cruzar una puerta de garaje y
encontrar una mesa, bueno, una secuencia de caballetes y tablas, de 6
metros de largo. Aunque no lo crean, seis metros de comidas y
bebidas.
No era fácil
adentrarse en una fiesta de italianos. Sabías que había una porque
desde la otra cuadra se escuchaban los gritos, las chanzas, las risas
y los golpes en la mesa. Imagínense para uno que estaba ahí escuchar
eso equivalía a una sordera crónica. La secuencia se complicaba aun más. No
había duda que algo nos unía: eramos del Sur Pobre.
No obstante, y
bien marcados para que no haya confusiones, de un lado estaban sentados los
Napolitanos y del otro, en franca minoría, los Calabreses. Por arte
de magia, cuando parecía que iba estallar la guerra civil, las
mujeres empezaban a entonar las canzonetas y todo se olvidaban, se
unían en un canto que no diferenciaba dialectos y status quos,
porque terminaban acordándose que todos vinieron con el culo en la
mano y tuvieron que remarla para sobrevivir en este país. Así
desfilaban una y otra vez Reginella Campagnola, oh sole mio,
Funiculi, funicula, Torna a Surriento y muchos éxitos más de Rita Pavone o Nicola Di Bari.
¿Saben que lindo
era estar ahí? Ver la Campaña del Napoles de Maradona y festejarlo
como si estuvieramos allá. ¿Saben que lindo fue ver Italia 90 con
esa gente? No creo, ni yo que la viví tengo palabras para
describirlo. Pero lo más lindo del Fútbol eran los Sábados cuando íbamos en patota a ver al Sportivo Italiano. Grande ACIA ganes o
pierdas los viejos y los jóvenes estaban ahí cantando a los gritos
alentando al azurro.
Los viejos que se regordeaban de tener los
carnets del 1 al 100, los de cuarenti pico repartiendo los papelitos
para tirar, los de 20 a 30 que cruzaban las banderas de los
paravalanchas o se subían al alambrado a colgar las insignias Verdes, Blancas y Rojas. Que lindo era estar sentado
en la tribuna viendo ese fútbol rústico mientras veías a tu viejo
y tu tío putear al referí y al equipo, en tano, en castellano o lo
primero que se te ocurriera. Strunzo, Matungo, Referí Bombero,
Cuánto te pagaron, Figlio di Puttana, todo ese ambiente
era mágico y hoy lo sigue cada vez que lo recuerdo.
Así que despacito o
no, ese video para mí es mucho más que tres italianos cantando en
un auto. ¿Saben porque me cuesta mucho mantener el enojo? Porque al
toque me doy cuenta que estalló en una furia que sale de la panza y
me arrasa el pecho, una furia que se expresa en gesticulaciones,
manos al cielo con la palma abierta a la altura de la frente. Me
acuerdo de mi abuelo Leonardo, Mi Abuela María y del Tio Emilio, gente
que ya no está pero que moldearon mucho mi forma de ser.
Me acuerdo
como me asustaba, pero al mismo tiempo me reía de esa escena de
enojo. Esa sensación me vuelve y estallo en carcajadas. Me doy cuenta que me enojo porque
quiero disimular que no puedo decir en voz alta te quiero o te amo.
Me enojo, porque me enseñaron a vivir con pasión y a aguantarla.
Siempre con la frente en alto y para adelante, Tutta la vita davanti.
Entonces, cuando me veo en ese espejo, me rio.
Yo no creo en el más
allá y por eso lloro este presente. Nunca me reencontraré con los
que partieron, no obstante, los llevo en el recuerdo, en mis
actitudes en mi lenguaje. Me prepongo de ahora en más, si la coraza
italiana me lo permite, abrazar a los que están y decirles todo lo
que siento. No se si despacito al oído, pero de alguna forma lo tengo
que lograr.